Ser de la U

Regresar a casa con el uniforme aún impregando de sudor luego de un día de escuela, recostarme en la cama de mis padres mientras buscaba en el periódico del día cómo le había ido, cómo le estaba yendo a la U, era un suplicio. De esos años recuerdo dejar de ver los partidos de la U por terminar en resultados decepcionantes, porque los gritos de papá mancillaban mi inocencia auditiva. Encontrar en la tabla de posiciones a mi equipo (en qué momento había empezado a serlo) luchar por salir del fondo era moneda corriente.

El destino así lo quiso. La anécdota reza que el día de mi nacimiento un clásico se jugaba en algún estadio nacional. La U perdía estrepitosamente y mi padre con la rabia que esto traía aún demoró en procesar la información de la llegada de su segundo hijo. Abandonó la programación, manténganme al tanto del resultado imagino le habrá dicho a alguien, y se dispuso a apoyar a su mujer.

Llegué el día que Universitario perdía contra su clásico rival. Quizá no era un buen augurio. Sin embargo, aquel día del 95, se conmemoraba el nacimiento del mayor ídolo del club. Las imagenes de Lolo pueblan mi mente aún antes de saber su nombre, su historia, antes de saber que compartíamos mes y día. Con el tiempo uno comprende que la construcción de mitologías parten de ciertas verdades y agregan datos cuestionables e increíbles. Una decía que Teodoro Fernández, en su mejor momento y en una actitud digna de cualquier héroe patrio, rechazó un cheque en blanco (existirá acaso ese objeto, los ricos son personas extrañas, firman cheques y te dejan el monto a tu disposición e imaginación). Imagínese la anécdota en oídos de la gente pobre del país. El honor por sobre el dinero, pero sobre todo, ésta era la principal idea del mito, el club por sobre el lucro, la U por sobre todas las cosas. La dignificación del humilde fue una buena forma de ponerse del lado de la gente. Se gestaba una religión.

Teodoro Fernández Meyzán (Cañete, 20 de mayo de 1913 – Lima, 17 de septiembre de 1996)

El mito que no demoró en caer. Los equipos más representativos del Perú por mucho tiempo se dividieron entre los de arriba y los de abajo. La dicotomía es una costumbre. Cuando unos estudiantes de la Universidad Mayor de San Marcos, en los años que estudiar era un privilegio (probablemente aún lo siga siendo), fundaron el club en 1924, Alianza Lima ya era considerado el equipo de barrio, de pueblo, es decir, los buenos. La historia hablaba del “clásico de los bastonazos”. En aquel partido una supuesta y refinada hinchada de la U (aún no llevaba su emblemático nombre) arrojaba sus bastones a la cancha como reclamo y molestia ante los desagravios y violentas faltas que los jugadores de Alianza cometían contra los nuestros. La serie Misterio y su protagonista emitieron la nueva consigna del club: Que se sepa que la U es la mitad más uno del país, aquí somos cholos, indios, negros, chinos, nada de atacar racialmente al rival (los insultos de mono, lamentablemente, sigue siendo común contra Alianza), no hay Perú sin la U. La U aristocrática había pasado al olvido.

Jorge Koochoi disputa el balón con Mario de las Casas. En el “clásico de los bastonazos”.


Cuando la U trataba de liberarse del fantasma de la baja creía que sus mejor años ya habían pasado. Siendo aún muy pequeño la U había campeonado tres veces seguidas, algo para nada común en nuestro mediocre torneo. Hubo un momento en que la U era invencible en el pais. Y sin embargo esos días habían pasado.


Reclamarle a la U su incapacidad para realizar una digna participación en un torneo internacional es extenderlo a todos los clubes del país. La U fue el primer equipo peruano en llegar a una final de la copa libertadores, los cánticos gritan la obsesión del hincha por esa copa. Solo piense qué hubiese sido, que sería de la U si esa copa se ganaba. El independiente de Argentina por aquellos años era invencible. Si le preguntas a un hincha de ese club probablemente haya olvidado que su rival en 1972 jugaba con la camiseta crema y un toque maestro. La gloria internacional no pudo ser, sigue siendo la obsesión.


Cuando mi papá y yo asistimos a la final de la libertadores sub 20 sabíamos que era un partido menor y que en nada se comparaba con su símil mayor, pero qué bien gritamos aquel día los penales que vencieron a los menores de Boca Juniors. Ese día se campeonó. Desde que dejé de revisar la tabla de posiciones del torneo local, desde que caí en cuenta de la mediocridad del fútbol peruano, con clasificación al mundial y todo, a la U solo volvía en los clásicos, pero sobre todo en los torneos internacionales. Aguardaba y aguardo, también es mi obsesión, ver a los cremas llegar a lo más alto. Nada es imposible; la frase futbolera lo inventó Nike.


Cuando se anunció que la final de la libertadores se realizaría en Lima yo ya llevaba años sin vivir en esa ciudad. Cuando se reveló que la sede sería el Monumental algo pasó. Junto a otro partido olvidable y aquella final había asistido a un clásico con un buen amigo en ese estadio. Llegamos al lugar incorrecto. Aquellos días aún era posible la asistencia de la hinchada rival y nosotros llegamos a ellos. Ocultamos la camiseta por temor a la violencia y poco a poco nos acercamos a la zona que nos correspondía. Aquel día se ganó y se gritó. El vértigo que me produjo la inmensidad del Monumental quizá se debió a mi inexperiencia visitando estadios. Allí se jugará la final de la libertadores y no me quedará de otra que verla por tv. Por obra de la Conmebol la gente se vino enterando de la historia del club y de, por supuesto, de Lolo. La resonancia que la final tendrá pondrá en la palestra a un club que pudo ser más grande de lo que es.


Dudo que el monumental sea un estadio modelo. Es verdad que es imponente, pero todo esto que están haciendo para complacer y quedar bien con el mundo ya debió hacerse hace mucho. La U tiene una deuda inmensa y su hinchada no ha respondido con asistencia masiva al estadio. Es muy difícil, casi imposible dicen, llenarlo. Su ubicación no debería ser un problema, toda la gente de Ate y alrededores deberían llenarlo fin de semana tras otro pero esto no pasa. La accesibilidad, según recuerdo, era pobre e interminable. Los baños eran un insulto al saneamiento. Imagino que habrán de remodelarlo tan rápido como puedan para no quedar mal internacionalmente. Luego, como no podría ser de otra forma, se lo dejará a su suerte. La deuda, decía, hace imposible cualquier mejoramiento del club. Incluso contratar buenos jugadores se hace difícil. La plata no alcanza. Las nuevas dirigencia se encontrarán con un saldo imposible de saldar. Y sin embargo recibirán el dinero por el alquiler del estadio por esta final. Y sin embargo malgastarán el dinero. La gente que no quiere al club no viene de afuera, sino de adentro.


Cuando se juegue la final y, o brasileños o argentinos ganen, la gente olvidará poco a poco al Monumental y a la U. Creo recordar algunas muertes en ese estadio. Creo saber que esto seguramente se le ocultará a la prensa internacional.


La U recibirá la final, no como todo hincha hubiese esperado, con nuestro equipo disputándose la final. Para esto habrá que seguir aguardando.


El hincha de la U, cómo todo peruano, lucha contra su inferioridad y su resentimiento. Ansío que la sangre en el ojo crema, la camiseta es sangre y crema, es crema y sangra, subvierta cualquier complejo y vuelva el corazón a su club. La libertadores no se va a ganar sola, hoy la albergamos, mañana la jugamos. Un día venidero ya no revisaré la tabla de posiciones en un periódico sino en la web, el mundo cambia, y encontraré que a la U ha copado el puesto que siempre mereció, en las planas y carillas de todo el mundo. Haciendo noticia por su juego, el que logró el tricampeonato, el de las finales, el de los clásicos victoriosos, el de la hinchada colmando el Monumental clamando, llorando, sangrando, gananado.